CHARLES OLSEN: LA POESÍA COMO IMAGEN

Por PEDRO GARCÍA CUETO

      Leer los poemas de Charles Olsen en su libro Sr. Citizen, editado por Amargord en el año 2011, es adentrarse en impresiones, en imágenes que van dejando huella porque aparecen como fogonazos de una experiencia que el fotógrafo, escritor y pintor ha ido descubriendo en su vida.

      Charles Olsen nació en Nelson, Nueva Zelanda, en 1969, pero su descubrimiento de Madrid como una ciudad donde se asa el tiempo, como nos deja claro en un poema del libro, como si la calle Atocha donde vivió fuese una hoguera donde los seres se derriten al compás de un verano interminable, está lleno de esa fuerza del hombre que se asombra ante otra ciudad, lejana, pero con música dentro, ciudad que desvela en las sombras de sus tejados los corazones de sus habitantes, donde Olsen va descubriendo el ritmo de la ciudad, sus pasos sobre el pavimento, el inmemorial destello de hombres y mujeres que han de desaparecer con el tiempo, pero cuya luz, como si de una fotografía se tratase, es revelada en el poema, laberinto por el que transita el hombre que busca hacer tangible lo inefable de las emociones.

      La fusión de este poeta entre la pintura y la literatura se puede ver en el poema “La danza de los pinceles”, donde quedan en nuestro mirada versos como estos: “Caen las flores cargadas / de rocío, del árbol cerezo. / Llevan debajo la luz del amanecer”.
      La idea de la pintura como un lienzo donde el cuadro nos mira, va descubriendo nuestro afán de existir, nuestro deseo de corporeidad resulta muy logrado. El cuadro es la vida que nos revela lo que somos, nuestros sueños y nuestras aspiraciones. La necesidad de visualizar el interior de la consciencia queda claro en estos versos del poema: “Todo conspira para ser visible: / busca la mente que lo espera / pasando por miles / aún no conscientes”.

      La poesía es deseo de representación, como el cuadro, es búsqueda de la imagen para que la conciencia, por fin, se libere de la presión de su interioridad. Por ello, el poeta neozelandés necesita escribir sobre el silencio, para darle temperatura y hacerlo visible, convertir lo hermético en algo transparente, como la luz del amanecer: “En silencio el agua / cae por la corteza. / Las hojas brillan / como una lluvia de peces, / y el bosque se convierte / en mar negro. / Así fluyes cuando / nos acercamos”.
      Por esa sensación de ver aquello que no se ve, de escuchar lo que no se dice, la poesía de Charles Olsen es un esfuerzo por hacer de la palabra imagen, del pensamiento fotografía vital.

      Pero la poesía de Olsen es la llama de un deseo que se prolonga, una espera que entra en contacto con el laberinto del tiempo, como en aquellos poemas donde la ciudad cobra relevancia, podemos paladear el asfalto, los balcones, la vida que hay detrás del bullicio madrileño, vida interior, lejos de cualquier eclosión de ruido y de coches.

      Sin embargo, me detengo, para terminar en el poema “Espero”, porque en él entiendo lo que Olsen entiende por la poesía, un encuentro con alguien que no llega, un deseo de perpetrar en el lenguaje la verdadera alborada de la palabra verdadera:
“Me ha dejado / primero la guitarra, / después, la pintura / y luego tú / Os espero a los tres”.

      Me quedo en ese punto, para no desvelar el poema, porque en la mirada del poeta neozelandés palpita la música, ésa que le une a ritmos de otras tierras, la pintura, un lienzo que ha de ser revelado como una iluminación de la vida en un cuerpo de mujer y la misma mujer, donde Olsen encuentra el latido verdadero, el empuje para escribir, para dar forma a lo que no puede ser expresado, para hacer hablar al silencio, porque en su interior está la música de la vida, el verdadero ritmo del mundo.

      El libro merece una lectura atenta y recitarlo en silencio, porque las imágenes son destellos que nos envuelven, como cuando nos dice en el poema “El Avefría” algo que explica muy bien el libro: “De vez en cuando mi pincel / va sin rumbo al mismo ritmo; / recoge pensamientos de la forma en que / el avefría captura su sustento en el aire”.

      El pincel es el hombre que, lleno de música y vida, se encuentra en un país ajeno para enamorarse de él (merece la pena saborear el poema “El guitarrista” porque hay mucha emoción en él) y cantar aquello que es silencio, pero que está lleno de vida, palpita en el interior como el sonido tenue de una guitarra después de haber amado. Bello libro esta ópera prima del poeta de Nelson, Nueva Zelanda.




Pedro García Cueto (Madrid, 1968)- Doctor en Filología Hispánica por la UNED, profesor de Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid en Lengua Castellana y Literatura. Autor de los siguientes libros: La obra en prosa de Juan Gil-Albert, editado por la Institución Alfonso el Magnánimo en el año 2009 y El universo poético de Juan Gil-Albert, editado por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert de Alicante en el año 2009. Ha publicado, a su vez, diversos artículos literarios en revistas como Cuadernos del Matemático, República de las Letras y el Mono-Gráfico de Valencia.

© Pedro García Cueto 2011

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